Por Edgar Medina D.
El dolor suele llegar sin avisar. No llama a la puerta; sino irrumpe bruscamente en nuestra habitación. Lo que solamente ocurría a otros, ahora ha venido a formar parte de nuestra propia historia.
El dolor puede llegar sin invitación, sin advertencia y muchas veces sin medida; pero jamás llega sin un propósito. Su propósito es una semilla que se plantará en tu alma y dará su fruto a su tiempo.
Es tu vida y tu corazón la tierra que el Sembrador ha escogido. Y sin importar cuanto le hayas ignorado, o cuanto hayas caminado con él, estará contigo en esta noche de tu vida, aguardando la mañana que viene.
Es mi anhelo que estas líneas te sean camino, para que la luz del día que ciertamente vendrá te encuentre más grande y más fuerte que nunca.
La Pérdida
Cuando el dolor llega no pide algo de nosotros, sino que lo arrebata. Nos despoja de las personas que han sido la fuente de nuestra alegría, de nuestra paz, nuestra estabilidad y confianza. Y en la misma medida que ayer encontramos gozo en ellas, hoy encontramos tristeza tras la terrible pérdida.
Cuando el dolor llega nos roba la luz que nos hacia sentir protegidos. Nos reduce y somete a pesar de nuestros mayores esfuerzos. Tiene la capacidad de trasladarnos a los escenarios menos pensados y menos deseados. Es el dolor que causa la pérdida de la salud el que relega nuestra fortaleza a las fotos de un ayer cada día más lejano.
Cuando el dolor llega derrumba muchas, sino es que todas, las piezas del Fuerte en el que invertimos las gotas de nuestro esfuerzo, las grandes rebanadas de nuestro tiempo y el vigor de nuestra juventud.
El dolor es la huella profunda que ha dejado en nuestra alma la pérdida, nuestra pérdida.
El impacto
Una llamada telefónica, una carta, una conversación o un resultado médico suelen ser los verdugos mensajeros de nuestra pérdida. Y tras su inevitable aviso comenzamos a dar pasos en un camino que nadie nos ha enseñado a caminar.
Ha iniciado la noche de tu vida. En ocasiones la poca luz que se asoma es la que se desprende de los relámpagos que avisan tormenta. Aún no han saltado en esta hora las miles de dudas y preguntas en tu mente, solo reina el desconcierto.
Pero antes de seguir dando pasos en automático con el rumbo que las circunstancias reclaman debes recordar que el Sembrador está contigo y te escucha.
Hace años, una jovencita egipcia llamada Agar descubrió el dolor del desprecio y la injusticia. Por el maltrato que recibía de Saraí a quien servía fue orillada a huir y perder todo cuanto era importante para ella. Con el corazón destrozado cayó la noche en su vida. Sus pasos la llevaron hasta el desierto, cada uno de ellos la alejaba más y más de lo que amaba y la entregaban en manos de la soledad y del desconsuelo. Sin tener idea de a dónde se dirigía, solo tenía en la mente en dónde no podía volver a estar. Se había acabado todo. Había perdido todo.
Fue en medio de su soledad y de su profunda tristeza que Agar escuchó la voz del Sembrador. Su corazón, una vez caprichoso ahora era la tierra fértil y preparada en donde el Sembrador plantaría la semilla que daría como fruto a una poderosa nación.
El Padre de esa nación fue llamado Ismael, su nombre significa la verdad que su madre comprendió en esa noche de su vida: «Dios me escucha.»
El Sembrador está contigo y te escucha. Abre tus labios y déjale saber todo cuanto cruza por tu mente y lastima tu corazón. No calles, aún cuando se trate de algún reclamo airado, pues él conoce mejor que nadie el dolor, pues lo ha creado. Resuelve a pasar esta noche de tu vida en unión al Sembrador, que está contigo y te escucha.
El duelo
Ante nuestra Pérdida, tras haber cruzado el trecho del impacto, entramos en el sendero a veces corto, a veces largo, del duelo.
Las emociones habrán de aflorar, con tal intensidad que creeremos muchas veces no poder soportarlo. Saltarás de la tristeza al enojo sin una explicación lógica. Te encontrarás en un momento en el terrero arenoso de la preocupación y la incertidumbre para súbitamente aparecer en el de la culpa y el remordimiento. La noche entonces parece más oscura.
Es por ello que se suelen levantar voces que nos invitan a evadirla, a ignorarla, a no cruzar por ella. ¡Pero es la noche de nuestro duelo! y tiene un propósito más sublime de lo que podamos comprender. Eludirla es evitar un proceso que tenemos que vivir, por doloroso que sea.
El Sabio Salomón logró entretejer el pensamiento divino del Sembrador con su poesía:
«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora… tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar»
Es tu duelo, es el tiempo de llorar. ¡Llora entonces! Que nada te impida vivir tu duelo. Pues será a través del llanto hondo y amargo que el Sembrador purificará tu huerto. Será a través del profundo dolor de la pérdida que el Sembrador te hará recordar que este mundo no es tu hogar, que fuiste creado para lo eterno.
Será a través de la amargura de la noche que aprenderás a valorar la alegría de las mañanas tranquilas, la luz de los días soleados, el esplendor de la naturaleza y la bendición de saber que cada día es un milagro.
Martha y María eran dos mujeres que amaban entrañablemente a su hermano Lázaro. Cuando él cayó gravemente enfermo buscaron la ayuda de su buen amigo Jesús. Él no solo era un rabino que enseñaba hermosas historias, se trataba de quien había hecho a los lisiados andar, a los leprosos sanar, a los sordos escuchar y a los muertos resucitar. Sin embargo, su desconsuelo y consternación fueron terribles al ver que Lázaro exhaló su último aliento antes de que Jesús llegara. Cuando finalmente llegó encontró a Martha y María entrando en su duelo. Entonces Jesús, el que una vez dio vista a los ciegos y multiplicó los panes y los peces para alimentar a una multitud, el que calmó los vientos y la tormenta con su voz, simplemente lloró.
Jesús lloró con sus amigas. Y aún hoy sigue llorando con quienes se duelen. Sigue el Sembrador acompañando y doliéndose con los que lloran. Cuando la noche es intensa, y la agitación ha cesado; cuando las voces se han apagado y sólo escuchamos un implacable llanto en la oscuridad, quizás descubramos que ese es el llanto de Jesús. Pues todo tiene su tiempo, y es tiempo de llorar.
David, quien fuera el gran rey de la nación de Israel lloró amargamente ante la pérdida de su hijo Absalón. Su pena le arrastró sin percatarse a comunicar a quienes le amaban, que prefería haber perdido a cualquiera de ellos, aún a todos incluso, antes que a su hijo. Y sin bien el lamento del alma que se duele por una pérdida no debe de ser acallado; es bueno también que encuentre un perfecto balance con el consuelo que nos brinda la compañía de quienes ante nuestra pérdida lloran también al lado nuestro.
En tu tiempo de duelo permite que quienes te acompañan en la carrera de la vida sequen tus lágrimas con sus vestidos, sostengan tus manos con las suyas y te alienten mientras el día llega. Les bendecirás mucho más de lo que pudieras entender ahora, porque los lazos que el dolor une, no se rompen fácilmente.
Es muy frecuente que el duelo, nos tome de la mano y nos traslade hacia el terreno de las preguntas, algunas serán cristales rotos, otras aves viajeras, pero unas más como agudas espadas parecerán estar empeñadas en penetrar hasta el fondo del alma. ¿Por qué a mí? Suele ser la que más taladra en la conciencia. Es la pregunta que tiene la capacidad de ubicar nuestra mirada en la fuente de la cual no ha de brotar la respuesta. Es un mero espejismo de oasis que nos dejará más sedientos y decepcionados. Es la cizaña que quiere crecer junto a trigo. ¿Por qué a mí? es la pregunta incorrecta. Pues el campo no ha de ser arado por el hecho de ser campo, sino para ser cosechado a tu tiempo. ¿Para qué? es la pregunta. ¿Para qué? Nos libera de la terrible carga que la culpa ata a nuestra espalda y nos interna en la atmósfera del propósito divino. ¿Para qué? Quita nuestros ojos de lo efímero y los torna a lo eterno. ¿Para qué? Nos siembra en el terreno del propósito.
La siembra
Las espigas bañadas por el sol de verano forman un ejército que espera la cosecha. Es un espectáculo a la vista el campo que ha sido cultivado con esmero.
Anticipándose a la lluvia temprana y a la tardía, al calor, al frío y al temporal ha estado un sembrador. Su experiencia e instinto le indican, como si fuesen ancianos llenos de años y sabiduría, cuándo es que ha llegado el tiempo: tiempo de prepara la tierra, tiempo de arar, tiempo de abonar, y cuándo el tiempo de sembrar.
Cada semilla será atesorada en espera de la hora en que será vertida en una tierra preparada para dar vida.
El dolor que ha causado tu pérdida es también una semilla fructífera en busca de tierra fértil.
Retener el dolor en el alma, es retener la semilla en nuestros graneros. Es amargura y muerte.
Arroja tu dolor en la tierra que las manos del Sembrador de indique y se transformará el dolor en la fuerza con la que conquistarás el propósito de tu tan dolorosa pérdida.
La cosecha
El dolor es semilla que sembrada en la tierra de los recuerdos te hará cosechar depresión. Es también, semilla que sembrada en la tierra de los reclamos e inconformidad te hará cosechar enfermedad. Es semilla que vertida en la tierra del olvido y desánimo te hará cosechar amargura y temor.
El dolor que ha causado tu pérdida es semilla fructífera en busca de la tierra fértil de la necesidad de otros.
Sólo será en el campo de los más afligidos, más golpeados, más desdichados en el que tu semilla dará fruto y descubrirás el propósito escondido detrás de tu pérdida.
Es natural el dolor tras la pérdida, sin embargo el cosechar depresión, enfermedad y temor son señales de haber sembrado la semilla de tu dolor en la tierra equivocada.
Si la tormenta en tu vida arrecia y la noche apenas comienza, se verá aún lejano invertir en la tierra del dolor de otros. Pero llegará la mañana en que la mano del Sembrador te indique qué campos han sido preparados para arrojar tu semilla. Esta caerá libre y lista para crecer y dar fruto abundante si la logras liberar del saco de la autocompasión.
Siembra tu semilla en la vida de otros y tu dolor será transformado en bendición. Su fruto llenará tu mesa, saciará tu hambre y entenderás los caminos del Sembrador.
Siembra tu semilla en el campo de los despreciados y llegará el día en que cosecharás el amor desinteresado.
Siembra tu semilla en el campo de los desanimados y cosecharás gozo.
Siembra tu semilla en el campo de los contenciosos y cosecharás la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Siembra tu semilla en el campo de los jóvenes y cosecharás paciencia.
Siembra tu semilla en el campo de la injusticia y cosecharás bondad.
Siembra tu semilla en el campo de los ancianos y cosecharás una fe viva.
Siembra tu semilla en el campo de los renegados y cosecharás un corazón enseñable.
Siembra tu semilla en el campo del viñador, en el ha hecho morar a quienes los han alcanzados las consecuencias de sus procederes, ello te hará cosechar la templanza de un soldado fiel.
Conociendo al sembrador
En este librito se encuentran algunas de las miles de promesas que el Sembrador ha depositado en quienes le han conocido.
Desde la promesa de su amor, cuidado y presencia en nuestra vida, hasta la promesa de la vida eterna son semillas que habrán ya echado fuertes raíces en tu corazón si le conoces.
Si no es así, si no te es familiar aún su voz, si no tienes la seguridad de su presencia en tu vida, sino tienes la certeza de la vida eterna, entonces estás ante el primer fruto del dolor que ha causado tú pérdida: conocer al Sembrador.
Job era un hombre que honraba y creía en el Sembrador, sin embargo la noche llegó a su vida. Su pérdida fue más allá de lo que hubiera creído resistir, pues tocó la vida de sus hijos, tocó sus bienes y tocó finalmente su salud. Nunca supo el Por qué de tal acecho. Pero al llegar la mañana a su vida, él declaró: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.» Entendió el primer Para qué, conoció como nunca antes al Sembrador.
El Sembrador te dice: «Yo estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo.»
¿Escuchas su voz llamándote? La voz del Sembrador creó todo cuanto existe, en el principio fue su voz la que separó la luz de las tinieblas. Su voz ha calmado tempestades, ha sanado a los enfermos, ha resucitado a los muertos y hoy pronuncia tu nombre, llamándote a formar parte de la más grande y admirable cosecha de la historia.
No tardes en responder a su voz, habla con él ahora mismo. Puedes decirle:
Señor, en medio de la aflicción y el llanto he podido escuchar tu voz. Gracias por estar conmigo en esta noche de mi vida. Aunque aún no pueda entender las razones de mi dolor sé que en tus manos estoy y tienes un propósito para mí. Deseo tener comunión contigo. Perdona todas mis fallas y ayúdame a perdonar a quienes pudieran ser la causa de mi dolor. Siembra en mi tu Palabra, haz de mi corazón tu habitación. Amén.
Señor, en medio de la aflicción y el llanto he podido escuchar tu voz. Gracias por estar conmigo en esta noche de mi vida. Aunque aún no pueda entender las razones de mi dolor sé que en tus manos estoy y tienes un propósito para mí. Deseo tener comunión contigo. Perdona todas mis fallas y ayúdame a perdonar a quienes pudieran ser la causa de mi dolor. Siembra en mi tu Palabra, haz de mi corazón tu habitación. Amén.
Prepararás el terreno de tu corazón para la cosecha al conversar con el Sembrador cada día a través de la oración.
Recibirás las fértiles semillas del Sembrador al leer y escuchar con regularidad su Palabra.
Abonarás y fertilizarás tu huerto al encontrar abrigo junto a quienes también conocen al Sembrador y le honran.
Multiplicarás tu cosecha al compartir los frutos dulces de tu huerto con quienes haya caído la noche en sus vidas.
Y así como la noche llegó a tu huerto, la mañana también vendrá. Lo importante es que el sol de ese día te encuentre ya sembrando.
Este mensaje está disponible en formato impreso para su venta.
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