Lecciones espirituales de unas galletas de animalitos
Por Edgar Medina D.
Leche con chocolate y galletas de animalítos sobre la mesa adornan la mesa de mi desayunador cada mañana. Y mientras sopeo cada galletita no pierdo detalle de las notas más relevantes de lo acontecido en las voces de gente tan calificada como El gordo de Molina, por ejemplo. Pero la verdad es que, después de cada reporte temo irme haciendo cada vez más insensible a lo que nos está ocurriendo: violencia, secuestro, motines, impunidad y todo lo demás. ¿Habrá alguna salida?, las galletas de animalitos entonces se convierten en mudos testigos de que empiezo a pensar. [No es normal en mí. Si lo dudas pregúntale a mi esposa].
Recuerdo entonces un caso trágico y violento ocurrido hace algunos años en el vecino país del norte que terminó de manera inesperada con el arrepentimiento y la entrega voluntaria a las autoridades de Brian Nichols, quien asesinó a cuatro personas la mañana del día anterior a su entrega. ¿Qué lo hizo entregarse? Una locura, tendríamos que aseverar. Y en efecto; pero no la locura que lo llevó a delinquir y posteriormente a asesinar. Esa locura, sin duda lo hubiera seguido llevando en la misma dirección. Se trató de la locura que traen consigo las palabras de origen espiritual. Ya que en su intentó de huir, este malandrín secuestró a una joven viuda de 26 años, quien no sólo guardó la calma de manera inexplicable, sino que compartió con su captor el mensaje que la estaba rescatando del bajo mundo de las drogas y de la depresión causada por la violenta muerte de su marido años atrás. Se trataba del mensaje del libro: «Una vida con Propósito», la guía de comportamiento espiritual que ha vendido más de 30 millones de ejemplares. Y me preguntó si no necesitamos un poco de esa locura en nuestro México del día de hoy.
A estas alturas, hasta las galletas me empiezan a ver con desconfianza. Pero, ¡piénsalo por un momento!: A doscientos años de distancia de la independencia de nuestra nación y a cien años de la revolución, ¿no será la hora de una renovación interna? No una que surja de las leyes, acuerdos o tratados, sino de lo muy personal, muy intimo y profundo. Algo que sea capas de sacudirnos desde la raíz y entonces cambiar el curso de nuestras acciones hacia un mejor destino, como una simple consecuencia lógica. Una renovación personal, pero al mismo tiempo contagiosa, relevante y trascendente.
La última de mis galletitas ha sido debidamente sopeada en lo que queda del espumoso chocolate aún tibio, y viaja sin aparente alternativa hacia su destino. Desde su perspectiva yo pudiera parecer un enorme depredador del Parque Jurásico, pero no es así. Pues contempla en mí a quien ha decidido hacer la diferencia en una cultura que se abalanza sobre lo inmoral; a quien ha decidido alejarse del despeñadero, aún y cuando lo tenga que hacer contra corriente; a quien está empeñado en encontrar la fuerza necesaria para hacerlo posible, en la fuente inagotable de las lecciones espirituales, aún las que fueran impartidas por unas galletas de animalitos.
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