Adolescencia crónica,
un mal que NO se cura con el tiempo
Por Edgar Medina D.
«Alguna vez fui niño. Y mi modo de hablar, mi modo de entender las cosas, y mi manera de pensar eran los de un niño. Pero ahora soy una persona adulta, y todo eso lo he dejado atrás.»
1 Corintios 13:11 TLA
Muchos líderes hemos asumido —erróneamente—, que somos personas maduras, pues dirigimos a otros y tomamos decisiones complicadas. Pero una reflexión honesta a nuestro corazón puede mostrarnos otra realidad.
Una de las señales que evidencian carencias en el carácter, es la renuencia a pedir ayuda. El temor a la crítica, al ridículo o al rechazo, suelen estar detrás de esta actitud. Vencer estos temores, y otros, como malas experiencias pasadas al solicitar apoyo, el creer que podemos solos, o que nadie nos podrá ayudar, no sólo serán de provecho en tiempos de necesidad; sino, son verdaderos pasaportes hacia un liderazgo más maduro.
Otra manifestación de inmadurez en el liderazgo es la incapacidad de vencer el temor. Es cierto, que un buen líder debe ser prudente, pero no podemos refugiarnos en una falsa prudencia para evitar encarar las circunstancias que se nos presentan. Resuelve enfrentar el temor al dolor que muchas decisiones necesarias suponen, decide creerle a Dios, quien ha dicho que tiene planes para ti, de paz y no de mal [Jeremías 29:11].
Finalmente, el orgullo, es la máscara de lo que hacemos para cubrir lo que en realidad somos, la cual sólo puede ser removida por la humildad de reconocer que necesitamos a otros en nuestro camino a la madurez.
REFLEXIÓN: La verdadera grandeza es un galardón que Dios otorga a los humildes.
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