Con sabiduría afirmó el Señor la tierra, con inteligencia estableció los cielos. [Proverbios 3:19 NVI]
La sabiduría es mucho más
que un privilegio, es la herramienta que se usó para fundar la tierra. La
sabiduría no sólo es saber qué hacer, sino saber cómo hacerlo. Nos agudiza los
sentidos también para comprender el tiempo oportuno de hablar o callar; de
moverse o parar. La sabiduría no está completa sin el ingrediente de la
voluntad de hacer lo que sabemos que debemos hacer.
Si la sabiduría es una
herramienta entonces ¡no se nace con ella!, hay que buscarla y aprender a usarla.
El entendimiento, en cambio, fue el cincel que dio forma a los cielos, se usó
para las alturas y revela lo que está más allá de nuestras manos. Mientras la
sabiduría afirma nuestros pasos en la tierra que se fundó con ella, el
entendimiento lleva nuestra mirada a lo eterno, a lo que no perece, a lo que no
se puede dañar, a lo que verdaderamente tiene valor, a lo que nos da la
capacidad de trascender.
Hay momentos de la vida en
que deseamos un cambio genuino, pero ¿por dónde comenzamos? El primer paso es reconocer qué es lo que necesitamos
cambiar y qué es lo que queremos llegar a ser. No saber dónde estamos y a dónde
queremos llegar nos negará toda posibilidad de éxito significativo.
El segundo paso es determinarse a lograr el cambio que
esperamos, en otras palabras: Estar dispuesto a pagar el precio que cueste.
Sin embargo, es
imprescindible dar un tercero antes de cantar victoria —entrenarse. Es decir, aplicar decidida, disciplinada y pacientemente lo que sabemos que debemos
hacer. Es aquí en donde entra en función la sabiduría, pues nos ayuda a
‘aterrizar’ el conocimiento y llevarlo a la práctica. El no dejarse vencer por
los traspiés que demos en el intento convertirá la práctica en una habilidad y
más tarde en un hábito. Renovar tus hábitos te redefinirá como persona… habrás cambiado entonces genuinamente.
» Decídete a cambiar por
alguien que sea capaz de trascender.
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