Por Edgar Medina D.
«Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne.»
Ezequiel 36:26 NVI
Gozo de la enorme dicha de tener por esposa a una mujer brillante y hermosa, con la que comparto la vida, la paternidad de dos preciosos hijos y una infinidad de coincidencias. Sin embargo, no están exentas entre nosotros algunas diferencias. Una de ellas es el tiempo que dedicamos a la higiene personal. No me considero el heredero de las glorias del ‘Ecoloco’, aquel personaje desaseado del programa infantil «Burbujas», que transmitía la televisión mexicana en la década de los 80´s, pero, sí reconozco que estoy muy lejos del esmero y pulcritud que mi esposa tiene en su higiene.
Hace algunos años, tras una revisión médica de rutina a mi esposa, le fueron practicados unos estudios debido a una sospechosa «bolita» que le encontró el médico. Al recoger los resultados del laboratorio el radiólogo que los practicó nos alarmó con su semblante y con las pocas palabras que expresó al momento de entregarnos los documentos.
Tan pronto como salimos llamé al médico de mi esposa y leí para él los resultados, nos citó de inmediato. Un par de horas más tarde el doctor nos comunicaba que los resultados arrojaron una muy alta probabilidad de que la «sospechosa bolita» se tratara de un tumor maligno, que requería ser extirpado sin demora y enviado al laboratorio de patología para su análisis. De resultar cáncer se le amputaría a mi esposa el miembro de su cuerpo donde fue hallado el tumor y a partir de ahí nuestra vida, indudablemente, tomaría un nuevo rumbo.
Los sanos hábitos de Yessi no eran capaces de librar su cuerpo y purificarlo del inesperado tumor. Alguna píldora tampoco lo hubiera hecho, era necesario intervenir quirúrgicamente.
Algo muy similar ocurre en la vida espiritual. La palabra de Dios —la Biblia—, es como agua que limpia y purifica nuestra vida de la suciedad que por el mero hecho de vivir nos contamina. Así lo dice la Escritura: « ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra» [Salmo 119:9 RVR].
Por otro lado, al margen de que nos bañemos, nos lavemos las manos y practiquemos otros saludables hábitos de higiene, nos enfermamos de cuando en cuando; necesitamos entonces visitar al médico y recibir algún tratamiento. Los medicamentos indicados ingresan a nuestro interior atacando la infección o el mal que padezcamos. De es mismo modo, muchas veces, necesitamos una «ministración» o enseñanza en particular de la Escritura que nos exhorte y anime a arrepentirnos de nuestros hierros, a confesarlos y restituir a quienes hemos dañado. El libro de los proverbios Dios nos dice: «Hijo mío, está atento a mis palabras… Guárdalas en medio de tu corazón; Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo» [Proverbios 20:20-22 RVR].
Así como muchos tratamientos y medicamentos son desagradables, aún dolorosos, la Palabra de Dios y la consecuencias de nuestras fallas son amargos remedios para nuestros corazones.
« Los golpes y las heridas curan la maldad; los azotes purgan lo más íntimo del ser» [Proverbios 20:30 NVI].
« Los golpes y las heridas curan la maldad; los azotes purgan lo más íntimo del ser» [Proverbios 20:30 NVI].
La limpieza diaria con la lectura de la Biblia y la medicina que Dios me ministró con ella ha sido una enorme bendición en mi vida. Pero, debo ser franco en aclarar que la necedad y profunda ceguera que por años tuve desencadenó un trato más severo con mi corazón. Dios trató conmigo y fui humillado. Se quebrantó mi corazón y afloró una terrible enfermedad en él. El gran médico del alma, entonces, me recetó una fuerte dosis de su misericordia y un tratamiento intensivo de su perdón.
Hoy puedo exclamar como el salmista lo hizo: «Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos» [Salmos 119:71 LBLA].
La operación a mi esposa fue un éxito, el tumor resultó benigno y ella ha seguido su vida normal. Su cuerpo fue purificado; mi corazón también.
Pensar todo lo puro es la cuarta columna de la Mentalidad REAL, la cual tiene como base la Santidad de Dios. Pensar todo lo puro no significa negar la terrible realidad que este a nuestro alrededor, sino llevar cada pensamiento a la perfecta sumisión a Dios.
Las crisis que enfrentamos son los Rayos X que revelan la verdadera condición de nuestros pensamientos. Cuando estos resultan ser impurezas de nuestro carácter, no debemos esperar a que el mal avance y el remedio tenga que ser crítico. Saca una cita de inmediato con el gran médico del alma, exponle —sin reservas—, toda tu condición y déjale el control total. NO pasa de que te transplante el corazón [Ezequiel 36:26].
REFLEXIÓN: La verdadera pureza no consiste en NO ensuciarse, sino, en lavarse cada día con la palabra de Dios.
MENSAJE: 6 de 9
SERIE: Las 7 columnas de la mentalidad REAL
SIGUIENTE: Sea de mente amable, ¡por favor!
La operación a mi esposa fue un éxito, el tumor resultó benigno y ella ha seguido su vida normal. Su cuerpo fue purificado; mi corazón también.
Pensar todo lo puro es la cuarta columna de la Mentalidad REAL, la cual tiene como base la Santidad de Dios. Pensar todo lo puro no significa negar la terrible realidad que este a nuestro alrededor, sino llevar cada pensamiento a la perfecta sumisión a Dios.
Las crisis que enfrentamos son los Rayos X que revelan la verdadera condición de nuestros pensamientos. Cuando estos resultan ser impurezas de nuestro carácter, no debemos esperar a que el mal avance y el remedio tenga que ser crítico. Saca una cita de inmediato con el gran médico del alma, exponle —sin reservas—, toda tu condición y déjale el control total. NO pasa de que te transplante el corazón [Ezequiel 36:26].
REFLEXIÓN: La verdadera pureza no consiste en NO ensuciarse, sino, en lavarse cada día con la palabra de Dios.
MENSAJE: 6 de 9
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