Comunícate con congruencia
El que cuida su
boca se cuida a sí mismo; el que habla mucho tendrá problemas. [Proverbios 13:3
RVC]
Un principio muy básico de la comunicación saludable es el de la
congruencia. Se ha dicho que lo que hacemos habla tan fuerte que no deja
escuchar lo que decimos. Esa falta de correspondencia entre los que hablamos y
lo que hacemos genera una especie de ‘corto circuito’ en lo que comunicamos y
somos. Hace varios años imparto un taller llamado: Taller de Metas Eficaces,
uno de los ejercicios expone los valores personales, otro exhibe las
prioridades reales a la luz de nuestro propio itinerario de actividades,
siempre hay más de uno de los participantes que le cuesta creer que vive tan
distante de sus propios valores sin siquiera darse cuenta al ver en lo que está
invirtiendo su vida.
El proverbio del día dice: «El que cuida su boca se cuida así mismo…»,
no es extraño que muchas veces llegamos a comunicar conceptos razonables y
objetivos, eso nos protege de la crítica de quienes nos rodean. Pero si no está
de acuerdo lo que decimos con la realidad que vivimos, cada palabra algún día
será usada en nuestra contra. Mas nos valdría mejor callar. El rey Salomón así
lo expresó: «Mejor es que no prometas,
y no que prometas y no cumplas» [Eclesiastés
5:5].
Las promesas incumplidas, la incongruencia y la irresponsabilidad al
hablar son terriblemente dañinas para cualquier relación que tengamos,
especialmente con las personas más cercanas. Hablar lo correcto y respaldarlo
con una vida congruente requiere de determinar con toda transparencia qué es lo
más importante de la vida y qué haremos para vivir por ello.
Los antiguos hebreos —nos cuenta la Biblia — amaban a Dios y le honraban con las
palabras de sus cantos y oraciones; pero, también le cantaba y oraban a Baal,
un dios pagano. El profeta Elías los encaró preguntándoles: «¿Por cuánto tiempo
van a estar cambiando de dios? Tienen que decidirse por el Dios de Israel o por
Baal. Y si Baal es el verdadero dios, síganlo a él» [1 Reyes 18:21 TLA]. Así
muchas veces nuestros equívocos no son por no distinguir lo realmente
importante; Dios, nuestra familia, nuestra salud, etc. Sino, por no querer
renunciar a lo que nos hace daño.
Vivimos tiempos duros, la gente está ensimismada y suele ser egoísta.
Sin embargo, el día que rindamos cuentas de nuestra vida y de la manera en la
que hayamos empleado el tiempo no habrá nadie a quien responsabilizar. Bien nos
vale tomar la misma determinación que tuvo Josué, el líder de los judíos que
conquistaron la tierra prometida: « Pero en cuanto a mí y a mi familia,
nosotros serviremos al Señor» [Josué 24:15 NTV].
» Nuestra agenda habla más de nuestras prioridades que nuestra boca.
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