Sunday, October 06, 2013

Día 48 | Temas sociales | La pobreza extrema

La pobreza extrema
Por Edgar Medina D.

Dar algo al pobre es dárselo al Señor; el Señor sabe pagar el bien que se hace [Proverbios 19:17 RVC].

Tendría unos nueve años de edad la tarde que un indigente tocó a la puerta de mi casa. Yo mismo abrí y recuerdo que poco después le di a aquel hombre –a todas luces hambriento- algunas frutas que tomé de la cocina y le llevé a las afueras de la casa, en donde esperaba el pordiosero. Nunca he podido olvidar la desesperación con la que él tomó un plátano (banana) y lo comenzó a devorar, sin siquiera quitarle la cáscara. Yo, un tanto sorprendido, le dije:
-No señor, así no se come. Se le quita la cáscara.
-Ay hijo –contestó, casi sin distraerse-, ¡para el hambre que yo traigo!

Algo me quedó claro, fue que el hambre de ese hombre era tal que no se daría el ‘lujo’ de desperdiciar nada, ni la cáscara siquiera.

La pobreza es algo no deseable y a lo que rehuimos de forma natural; sin embargo, la Biblia nos enseña dos aspectos importantes sobre la pobreza que debemos considerar.

Jesús dijo: “a los pobres siempre los tendrán entre ustedes…” Los esfuerzos por erradicar la pobreza nunca serán demasiados, los pobres no se eliminarán por decreto, ni será por alguna política o filosofía económica por la que la pobreza se convertirá en historia. El compromiso de ayudar a los más necesitados debe surgir de manera natural en un corazón sensible y agradecido con Dios. En una cultura ambiciosa y consumista nunca sentimos tener lo suficiente, eso nos quita de la vista a aquellos más desfavorecidos, y no me refiero a aquellos que están al otro lado del planeta, sino aún los que viven en nuestras propias ciudades.

La cultura nos mueve a huir de la pobreza, pero Dios nos invita a buscar a los pobres y tenderles la mano.

Otro aspecto revolucionario en relación con la pobreza lo encontramos en el discurso más popular de Jesús de Nazareth; Las Bienaventuranzas. El dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu…”

Cuando leí con atención por primera vez estas palabras de Jesús vino a mi mente el recuerdo del indigente que conocí siendo un niño. Comprendí entonces que es una bendición tener hambre y sed por la palabra y la presencia de Dios, al grado de no desperdiciar nada de lo que él tenga para mí.

» Solemos evitar sentirnos hambrientos, pero es necesario estarlo para entonces ser verdaderamente saciados.

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