Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas. [Proverbios 1:10 RVR]
La palabra ‘integridad’ tiene su origen en un vocablo latino que
significa: «Completar un todo con las partes que faltaban». En el estricto
sentido de la palabra, nadie en el mundo es ‘íntegro’, pues todos tenemos
aspectos por ‘completar’; es decir, por mejorar, por crecer, por madurar o
aprender, sin importar nuestra edad, escolaridad, nacional o religión. Sin
embargo, son reconocidos cómo íntegros aquellos que viven con un alto grado de
transparencia, que actúan de la misma manera —sea o no— que los demás los
observen. Una buena manera de averiguar qué tan íntegros somos es
preguntándonos: ¿Qué pasaría si quienes nos rodean tuvieran acceso a lo que
pensamos de ellos?, o más aún, ¡al 100% de nuestros pensamientos!
Es íntegra también aquella persona que busca la excelencia para sí y
para los que le rodean. Suelen ser justos en su trato porque no pretenden
aprovecharse de los demás, y cuando llega a suceder que por error han cometido
un abuso, no tienen empacho en pedir una disculpa y restituir el daño.
No son íntegros quienes se jactan de perfectos, sino aquellos que
reconocen públicamente sus deficiencias y buscan —sin titubear—, la ayuda de
otros cuando lo requieren.
Finalmente, son íntegros quienes ante la adversidad, la presión, la
ocasión o la facilidad de hacer lo indebido deciden determinantemente no
consentir. No consienten, ni en sí mismos ni los demás, la imposición injusta
de la voluntad de otros; aunque les cueste, encaran valientemente la
injusticia.
No consienten en los procedimientos ilegales en lo que administran; aunque
les resulte difícil encaran tajantemente la ilegalidad.
No consienten el trato desconsiderado e injusto, ni a ellos ni a otros;
aunque les exponga encaran decididamente la injusticia.
No consienten en el desaliento que brota de los labios de los corruptos
y faltos de integridad; aunque tengan que remar contra corriente encaran la
adversidad.
No consienten ni por temor, aunque lo sientan; ni por debilidad, aunque
la tengan; ni por presión, aunque los consuma; ni por amenaza, aunque la vivan.
Los íntegros son seres de otra clase. ¡Qué afortunado soy de no conocer
a nadie que no haya sido llamado a convertirse en uno!
» La integridad no es cuestión de edad o jerarquía; sino de carácter.
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